Es caliente y húmeda. Es sensual y romántica. Cancún es más que una larga hilera de hoteles en forma de pirámides mayas o de típicas casas mexicanas construidas frente a una también larga extensión de playas caribeñas refrescantes.
Aunque algunos días el termómetro llega a 40 grados, la temperatura no se siente porque el cuerpo está inmerso en otras sensaciones. La humedad, que sí se siente, desaparece con el viento que sopla en esta costa mexicana.
Dicen los que saben que en Cancún hay más de 70 cosas para hacer. Cada hotel ofrece un sinnúmero de actividades para grandes y niños. Y el centro de la ciudad, con su comercio, sus calles concurridas, sus bares y restaurantes, otras tantas. Del mar y las playas, ni que hablar. Y las ruinas. Y las caminatas. Y las noches...
Pero si la ciudad es incansable, sus alrededores lo son aún más.
Isla Mujeres, cuyo nombre de por sí es seductor, alberga el templo de la diosa Ix Chel, de la fertilidad, templo que era resguardado por un ejército de mujeres. Hoy está dentro de los predios del parque El Garrafón y lo vigilan los 13.000 habitantes de la isla, en su mayoría pescadores y artesanos. Hay otra población de nombre seductor, de ambiente seductor, de clima seductor. Es Playa del Carmen, también en la Rivera Maya.
Su calle peatonal, la más larga y exclusiva del poblado, es conocida como Quinta Avenida, pues ahí fácilmente se pueden encontrar turistas de Japón, Australia, Italia, Noruega, Alemania, la Argentina, Estados Unidos y las islas del Caribe, caminando, visitando tiendas, bailando o comiendo en los bares, restaurantes y discotecas. Playa del Carmen nació alrededor de la estación de ómnibus y del puerto que conecta el continente con la isla de Cozumel. Cerca del casco urbano hay una zona hotelera conocida como Playacar, donde hay unas 19.000 habitaciones.
El legado maya
Es difícil llegar a un lugar y no buscar las similitudes con otro ya conocido. Pues bien, en México, por ejemplo, hay parajes que evocan la caribeña Providencia de Colombia, pero también hay un punto que hace que la mente regrese al territorio maya. Es Tulum, 128 kilómetros al sur de Cancún, donde queda una muestra fehaciente de que a los antiguos pobladores les gustaba la buena vida. Allí construyeron sus villas veraniegas y sus templos para ceremonias religiosas, todos rodeados por una muralla. Definitivamente no podían haber escogido mejor sitio que la cima de un acantilado, frente a la salida del sol, desde donde se ven los mejores amaneceres de toda la comarca. Tal vez por eso, el primer nombre de Tulum fue Zamá, que significa nada más ni nada menos que amanecer. Ahí se está muy a gusto porque se siente una brisa indescriptible y refrescante, el broche de oro perfecto para cerrar una jornada de calor en medio de las ruinas de unos edificios que no generan ni una sola sombra. Esta brisa bien se puede comparar con aquella deliciosa que se siente en esa esquina del mundo llamada El Peine de los Vientos, en San Sebastián (España).
Cuando vuelva en sí, en Tulum, después de quedar atortolado e hipnotizado por la vista que ofrece el mar compitiendo con el cielo, mire para abajo. Hay una playa desierta, escondida bajo el acantilado, custodiada por El Castillo y El Templo del Dios del Viento. A unos 20 minutos de allí en auto, está Xel-Há (donde nace el agua). El remate perfecto para el día, pues allá podrá dejar todo ese calor -y otra vez esa humedad- que acumuló en la mañana. Lo primero que debe hacer cuando llegue es preguntar por el río. Un río de aguas tan tranquilas que parece una gran piscina, un río que pocos metros más adelante desemboca en el mar.
Le dan aletas, visor y tubo para hacer snorkeling. Si quiere, también le prestan un flotador para una o dos personas. Y a nadar, o a flotar, o a dejarse llevar. Como quiera, pero trate de ir siempre mirando para el fondo del agua, pues en cualquier momento pasa por debajo suyo una raya, un gran pez de colores, un cardumen de peces sargento, o uno que otro pez loro que va a hacer una estación en un arrecife de coral.
El agua es fresca, pero perfecta para el calor que se trae acumulado. Se puede parar cuando lo desee y salir en cualquiera de las estaciones dispuestas para quienes prefieren seguir el trayecto por tierra y a pie. No se imagina de lo que se va a perder. Pero allá usted.
La gran caleta
Otra experiencia única es atravesar Xcaret, otro parque natural cerca de allí, por debajo de la tierra. ¿Cómo? Nadando o, más bien, flotando en los ríos subterráneos. Está 75 kilómetros al sur de Cancún. Tiene una zona arqueológica, a lo largo de las 80 hectáreas, dentro de las cuales se puede ver danzas a la lluvia, a las flores, o la del hombre lechuza, que le harán creer que no ha salido de la época prehistórica.
¿Y la noche? Queda para su imaginación.
Sin embargo, hay ciertos planes que no se puede perder, como por ejemplo, el espectáculo nocturno de Xcaret, que comienza con el juego de pelota. Es un deporte tan pintoresco, tan sublime, tan guerrero en el que el astro no es ningún jugador, es la pelota. La música está ahí, es movimiento y hace las veces de árbitro, de público y hasta de porrista que da ánimo a los jugadores.
Otro es el recorrido por el folklore mexicano. El ballet del parque se encargará de llevarlo por el folklore de cada Estado del país. La presentación es tan sentida que nadie puede negar que siente un hormigueo en el estómago cuando cantan México lindo y querido o durante la sorpresa del final. Como es sorpresa, sólo se puede decir que recrea la antigua ceremonia de los Voladores de Papantla (hombres pájaro), como una ofrenda al dios de la fertilidad. Si está en la ciudad y todavía es de noche, saque tiempo para visitar las discotecas, como Mr. Frogs, donde los meseros bailan con usted; o Coco Bongo, o las muy conocidas Planet Hollywood y Hard Rock Café.
Sea cual sea su plan, disfrútelo al máximo, gócelo y nunca olvide que está en Cancún, el paraíso de la seducción.
Por Kesmira Zarur Latorre
El Tiempo, de Bogotá
Imágenes de dMap Travel Guide en Flickr
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